VICEVERSA

VICEVERSA.

No le creas nada a nadie nunca,
sólo hazle creer que le crees.
A.G.


Llueve intensamente, de modo que salí para el laburo equipado para enfrentar el fenómeno con gabardina, paraguas, bufanda y todo eso que se usa acá en el Sur en otoño, de modo que, más tarde , avanzada ya la mañana ando con el paraguas al hombro y la espesa gabardina colgada del brazo, muerto de calor, junto con la inútil bufanda con la cual deseo fervientemente ahorcar al responsable del clima, que cual botija caprichoso, cambia todas las variables físicas y químicas del ambiente a su antojo de un momento a otro.
Un sol de aquellos pica y el vaho reinante en la atmósfera es sofocante y aplastante.

Es Junio, son la una, tarde tempranera de otoño.
El reloj de la Catedral ejecuta las trece apacibles horas de la plaza matriz y su aledaña Peatonal Sarandí, a fines del milenio que poco importa ya y al borde del próximo que tampoco, por lo menos a mí, al igual que el anterior, no me va a regalar nada, como corresponde.
Una amarillenta, seca y cansina hoja de uno de los ancianos Plátanos, ligeramente grávida, desciende suavemente hasta posarse sobre la mesa que ocupo transitoriamente junto con mi matera, los lápices, la cuadernola, la vianda y un capuchino que, aburrido me espera mientras se enfría o viceversa.
Adoro éste lugar, su olor, el aire, el ambiente, los gorriones y las palomas que se arriman a mis pies a picotear las migas y los trozos de lechuga que les arrojo de tanto en tanto, ausentes de mi estado emocional actual. Iluminan, sin saberlo, ese lugar de mi alma, en ese planeta que amo transitar, cuando fugo de la rutina para zambullirme en ese
universo. Me recuerda unos versos anónimos de un manuscrito hallado a bordo de un trozo de módulo de una nave espacial en aguas del Océano Indico, en un sitio cercano al cabo de Santa María: " ... si yo fuese un paria del universo, tú me aborrecerías, yo conocería todas sus calles ... "
Algún día tendré tiempo de pintar algo, por lo menos la fuente de éste lugar, algo de la plaza, un banco, la fachada de la iglesia o el Cabildo, aún no lo sé exactamente. El tiempo transcurre demasiado deprisa cuando uno menos lo desea, es extraño, todo en la vida transcurre en sentido contrario a nuestros más sublimes deseos, es una ironía permanente, pero es así. debo hacer mutis en éste acto, se me termina el aire de libertad en pocos segundos...

Ahora escucho el saxo del pelado, que sentado en una banca en el medio del empedrado, lee con los ojos cerrados una partitura, con las mejillas hinchadas y rojo como el tomate, hasta las orejas, único, enfrente de las joyerías, y hacia allí voy, saboreando una tras otra, las notas, que me guían por el mejor camino que debo tomar de retorno a la oficina.

No lo sé, tan sólo me vino a la mente el billete de lotería del viernes, temí haberlo perdido, luego recordé que lo había dejado en el bolsillo de un pantalón.
Desconocía el paradero del pantalón, supuse que estaría en el canasto de la ropa sucia o dentro del lavarropas lo más probable, así que me programé mentalmente ir en su búsqueda de inmediato al llegar a casa y recuperar así el valioso documento. Pasé le resto de la jornada con el maldito billete metido en la cabeza y en todo cuanto hacía o pensaba. Al llegar a casa lo olvidé por completo, de modo que, hoy viernes en la mañana al llegar a la mitad del camino, acuciado de improviso por un ataque mental, salí corriendo para casa.
Una vez allí... no lo encuentro, por lo visto no me la iba a llevar de arriba así nomás, diría para sí el objeto extraviado si pudiese pensar y hablar por sí mismo. Entonces me voy para el lavadero y agarré el canasto de la ropa sucia y lo volqué así, a lo bestia.
Me costó separarlo de otros trapos entreverados y retorcidos, dados vuelta. Por fin, tomé la prenda, totalmente intratable por lo arrugado. Meto la mano en el bolsillo delantero izquierdo: ... nada, en el otro: ... pelusa, atrás... igual. Me viene un vahído, vacilo en la vertical, por fortuna me hallo en el balcón del baño, que comunica con el pozo de aire del vetusto y centenario edificio. Entonces, haciendo un alto en medio de la pánica carrera mental hacia un objetivo invisible, respiré profundamente y tomando la prenda de la ambas perneras lo sacudí violentamente como quien quiere hacer sonar un sopla moco, una y otra vez, y como un ángel, bastante poco inocente, el muy maldito, salió volando grácilmente, atravesando el breve espacio ante mis atónitos globos oculares.
Cuál ágil y ligero barrilete, alegremente perdido y travieso, se perdió tras la cornisa, límite del pequeño trozo de cielo visible. Salí corriendo a todo trapo, dejándolo todo, en busca del documento fugitivo. Una vez en la calle, miré hacia arriba, el billete se remolinea y sube más, hay una rolliza ama de casa en el balcón, le hago señas, no me entiende, lo ve pasar ante sí, trata de alcanzarlo, trastabilla, profiere un insulto en honor de mi madre, yo sigo, doblo la esquina, el boleto acelera, se dirige a la Plaza Matriz, que momento ahora para ir allí, no me voy a sentar a tomar aire, ni darle de comer a nadie, ni leer, ni escribir, ni nada, persigo un billete de lotería que tenía guardado en el bolsillo derecho del pantalón gris topo que había llevado la otra semana y que había olvidado en el canasto del lavadero.
Tomé hacia el oeste, y traté de no perderlo de vista, parece que va hacia la escollera, el billete dobla en Treinta y Tres, antes que yo, me parece que ya va perdiendo altura, seguramente perdió la corriente de aire que lo transportaba, pero al doblar la esquina, no está, en cambio, a mitad de cuadra, un grueso caballero, de traje castaño y zapatones con valijín al tono, lo veo que va cruzando, mal, de espaldas al sentido del tránsito y sin mirar atrás, con el típico gesto del que introduce en el bolsillo delantero del pantalón un objeto de papel, para hacerlo, se levanta ligeramente la chaqueta que normalmente obstruye el paso de la mano hacia el orificio. Acelero y lo encaro, como está de espaldas, le toco el hombro derecho, se sacude el hombro como si hubiese sido una paloma que se le hubiese posado o un insecto molesto, entonces, acto seguido, le grito, ¡espere! ¿qué le pasa? démelo por favor, ¿lo qué? ¡por favor señor! ¡lo vi! ¡lo vi cuando se lo metía en el bolsillo! ¿lo qué? ¿qué te pasa? ¡no te hagás el gil! ¡te vi!
¡qué me viste! ¡usted lo agarró! ¡yo no agarré nada! Además lo que yo me guardo en el bolsillo es problema mío, ¿qué te tengo que andar contando a vos? Dale, dame el billete ¿qué billete? ¿Sos algún tipo de inspector estúpido, o que? ¿Qué se te perdió?
El número de lotería que tiene en el bolsillo derecho, ¿esto? dice mientras extrae un billete de cinco pesos, del vuelto de los cigarrillos que había comprado en el salón dónde se hallaba minutos antes de encontrarse conmigo. No puede ser, dobló en ésta calle, yo lo vi... dije mirando hacia arriba, el otro miró también hacia el horizonte norte, ¡déjese de embromar! dijo y se alejó dejándome de una pieza, mirando al infinito, imaginando el milagro de ver remolinear una vez más el preciado documento.
Y ocurrió, desde la esquina, donde está el edificio de la Bolsa de Valores, y de frente en diagonal, la casa de Rivera, se alcanza a ver parcialmente la circunvalación y las copas de los árboles de la Plaza Zabala, y fue cuando mis ojos se dirigieron hacia allí, a pesar de estar enchufado en lo del billete, era conciente de que se me había hecho tarde para ir al laburo, y estaba exhausto. Allá arriba a lo lejos parecía saludarme el mocoso, anduve una cuadra más, pero no hubo caso, por lo menos mientras yo lo anduve persiguiendo y rondando, casi más de una hora, no bajó, era como una mueca viviente, una burla que el azar y el viento en conjunto habían creado para fastidiarme,
pero la broma se hizo drama, al final, llegué tarde al trabajo, y encima me quedé sin el boleto.
Con una mufa terrible, enfrenté el clima, que en la oficina era agradable, distendido, a nadie le importaba lo que yo hiciera, y puse la radio a la hora del sorteo, sólo recordaba la terminación del número, eso no me servía de nada, aunque acertara todas las cifras, no tenía el documento en mis manos para cobrar el premio. La cruel verdad era evidente: no estaba para mí. No hoy,... viento garrón.
...
Abal García

Comentarios

Entradas populares